Ensayo: La ausencia de un sentido vital – Leonardo Paz

¿Alguna vez se han cuestionado cuál es el propósito de levantarse un día más, para desempeñar la misma tarea de siempre? ¿Cuántos trabajos prácticos tendré que redactar para sentir que valgo, cuántas notas altas habría de acumular para que mi trabajo sea influyente, cuántos libros debería devorar para alimentar mis ansias de conocimiento? ¿Para qué querría yo valer, influir o conocer? Es más, para qué querría yo querer si la duración de mi existencia en comparación con la infinitud de la línea temporal es un intervalo ridículo. En cien, mil o diez mil años, es prácticamente seguro que nadie sabrá ni tan siquiera que yo he existido alguna vez y he aportado algo al mundo. Qué más da si río, lloro, temo, gozo, amo u odio, si la nada es tanto mi origen como ineludible final.

 A continuación voy a hacer un intento por inculcar mí filosofía de vida como imperativo moral. Mi pensamiento sobre «la ausencia de un sentido vital» aborda las cavilaciones existenciales planteadas en el arranque de la disertación. Bajo este marco, el mundo visible es expuesto como una prisión donde imperan reglas caóticas, paradójicas o inescrutables que impiden a ustedes mismos alcanzar la esencia de las cosas y, por lo tanto, demanda la búsqueda de una realidad más expresiva en aras de superar las barreras del tiempo y del espacio.

 La vida ilustra la soledad, alienación, angustia, e impotencia del humano moderno ante fuerzas desconocidas que rigen su destino, a su total merced. Aún así, resulta francamente difícil expresar con palabras la enorme rareza y singularidad que esta exclama. Para ello forcé un discurso ilógico, discontinuo, laberíntico y con vacíos que ustedes mismos deben rellenar. No hay enseñanza, no hay moraleja, no hay sentido, sino tan solo una absurda existencia que se endurece a medida que transcurren mis palabras.

 La filosofía del «absurdo» cubre el conflicto interno del ser humano debido a su incesante pesquisa por entender el mundo o la búsqueda de un sentido de vida esclarecedor que se topa con su aparente inexistencia. Puesto en palabras llanas, los esfuerzos realizados por el ser humano para encontrar un significado dentro del universo son fracasos estrepitosos por definición, puesto que no existe una explicación racional capaz de unificarlo todo. No es que la realidad por sí misma sea absurda ni tampoco el humano como tal, el absurdo surge cuando la inherente necesidad del individuo por comprender cómo funcionan las cosas y darle sentido a su existencia con base en el entendimiento choca radicalmente con la irracionalidad que de este mundo emana. Esto es, cuando la apetencia por buscar un efecto para cada causa, una razón para cada hecho y un todo para cada parte se encuentra con la irreductibilidad a un principio racional y razonable.

No sabemos por qué estamos acá, cuál es nuestro objetivo último tanto a nivel individual como colectivo, si es que hubiera alguno, y para colmo ningún ente superior, poder universal o deidad se encargará de reorganizar y transformar la materia para satisfacer nuestras necesidades vitales y protegernos de los peligros que nos brinda el entorno. Y en el hipotético escenario de que persiguiéramos un proyecto vital provechoso para la sociedad y gratificante para nosotros, nuestra satisfacción quedaría a la postre coartada por la finitud existencial. La gente parece aceptar sin demasiada vuelta de tuerca la preponderancia de la ausencia de un sentido vital para simple y llanamente seguir adelante.

 No pretendo con esto aludir a una fortaleza que despierte al sujeto a persistir ante cualquier dificultad, como si una recompensa posterior en virtud de un propósito ulterior fuera motivo suficiente para ello. Decir que mi objetivo es que ustedes encuentren un porqué con respecto al sufrimiento existencial para ayudarles a proseguir en contra de todo pronóstico y alcanzar un estado deumónico sería a mi parecer ofrecer una visión distorsionada de la vida. Por ello mi discurso pierde su tonalidad existencialista tan rápido como parece haberla adquirido.

 En lo que a este punto respecta sería de especial interés examinar un cuento dotado de una tonalidad un tanto más sombría, para ilustrar, qué tan desprovisto de sentido está el hilo conductor.

«Un artista del hambre» 1de Franz Kafka trata de un artista de circo cuya misión consistía en realizar ayunos prolongados. No obstante, el protagonista se encontraba realmente cohibido y molesto dado que el maestro de circo había fijado como límite máximo de tiempo que podría pasar sin comer en 40 días. Al no poder superar dicha marca por fines logísticos, el ayunador creía que esa era justamente la razón que le impedía alcanzar la excelencia. «Tan sólo si pudiera ayunar un poco más», reprochaba con frecuencia desde su jaula. Conforme pasaban los días, la gente se iba aburriendo cada vez más de su trabajo y, en consecuencia, la popularidad del artista declinó tanto que el dueño decidió liberarlo. Ahora, ya tenía luz verde para llevar su práctica al extremo…

 Lógicamente acabó pasando lo que tenía que pasar. Murió. Pero el giro de los acontecimientos se produjo un momento antes de su partida: el protagonista admitió que, en realidad, nunca ayunó por pura fuerza de voluntad, sino simplemente porque no había encontrado una comida que le gustara. Poco después de su muerte, su puesto fue reemplazado por una pantera negra repleta de vigor con un apetito voraz y ante todo amada por la multitud. 

En mi opinión el componente inaudito del relato descansa en la exacerbada obstinación del personaje para continuar con su ridícula labor. ¿Por qué alguien elegiría una profesión que le acercara cada vez más a una muerte prematura?, cabría preguntarse. Ahí uno se da cuenta de que no son pocas las ocasiones en las que la familiaridad se disfraza de locura para resaltar lo evidente. Acaso, ¿no hay empleos cuya configuración merma directa o indirectamente la salud de los trabajadores? Por desgracia, no todo el mundo es consciente de ello o no se encuentra en las condiciones idóneas para cambiar su posición laboral de la noche a la mañana. En este último caso, ¿hasta qué punto se trataría realmente de una elección? Así mismo, ¿qué hay de aquellas personas que se refugian obsesivamente en su carrera profesional ante su ineptitud para lidiar con otros problemas de su vida personal? Cuántas veces catalogamos la ofuscada persistencia de quienes no saben parar, al estar encerrados en sus esquemas mentales como una admirable gesta de disciplina y compromiso.

El relato «Poseidón»2, del mismo autor, refleja muy bien esta idea asociada a la figura del ser humano moderno. En resumidas cuentas, el dios griego es proyectado como un ejecutivo que ha de rellenar tal ingente cantidad de papeleo que jamás tiene tiempo para explorar sus dominios subacuáticos. En un sentido literal y metafórico el mensaje es que, ni siquiera la más poderosa de las deidades podría ejercer su labor estando tan sumamente inundada con tediosos quehaceres.

Una de las tónicas más recurrentes es la dinámica del seguir por seguir, bien por la ausencia de una mejor opción en el corto, medio o largo plazo bien porque el sujeto no es capaz de ver el elefante en la habitación ni pensar fuera de la caja o, simplemente, porque no concibe la existencia de una alternativa que ni siquiera tiene interés en conocer.

Sisyphus, por Tiziano, 1549.

Otro texto de reducida extensión que describe con exquisita perfección la figura del absurdista es «El mito de Sísifo»3. Básicamente, el ensayo reflexiona acerca de una condena impuesta por parte de los dioses al burlesco rey Sísifo, para el resto de la eternidad. Debe subir una piedra desde el pie, hasta la cima de una escarpada montaña, para luego, tirarla por la ladera y acto seguido volver a cargar con ella cuesta arriba. El presente mito es una representación de gran parte de la vida del ser humano moderno, la cual, se caracteriza por un conjunto de actos monótonos, repetitivos, fútiles y vacuos de significado que ejecuta por costumbre, necesidad e inercia, más que por entusiasmo, coherencia o lógica. Véase: limpiar para ensuciar, descansar para trabajar, comer para saciarse, dormir para despertar, etcétera.

 Al fin y al cabo, todos son conscientes de que su tarea es inútil y en suma están convencidos de que su situación es inevitable o, en su defecto, de que evitarla no mejoraría el estado en que se encuentran ya de por sí despojado de valor. Es la profunda revisión metafórica que el escritor plasma con respecto al sufrimiento.

En líneas generales los pensadores existencialistas son los primeros en reconocer que vivir es sufrir, para ser más específicos que vivir implica sufrir. Antes bien el individuo puede adoptar dos premisas que le protegerían de las garras del nihilismo (negación de toda creencia o todo principio moral, religioso, político o social).

(A) En primer lugar, hay una porción del sufrimiento humano completamente inevitable, puesto que es inherente a la naturaleza humana, pero también hay otra parte perfectamente evitable.

(B) En segundo lugar, el sujeto puede tanto soportar el sufrimiento inevitable como reducir el sufrimiento evitable dotando a su existencia de un significado y haciendo acopio de su responsabilidad individual.

Sin ir más lejos, lo más sorprendente del relato de Poseidón es que aun teniendo la posibilidad de delegar a sus súbditos su ardua actividad, el propio dios no está dispuesto a hacerlo ya que no les considera merecedores ni aptos para su realización. Bajo la óptica existencialista, Poseidón no es únicamente prisionero de las circunstancias, sino también de sus propias creencias y pensamientos puesto que se encierra en una trampa mental con base en conectivas lógicas restrictivas que polariza su cognición y por consiguiente perpetúa un sufrimiento que es evitable de partida. Si el trabajo lo hago yo, entonces sufriré el tedio. Si el trabajo lo hacen otros, entonces sufriré la ansiedad. Por tanto, prefiero seguir haciéndolo yo.

 Uno de los ejemplos más ilustrativos de sufrimiento gratuito es, para mí, la muerte. Pena máxima injustificada e injustificable que se nos impone desde el nacimiento sin razón aparente. Todo ello nos fuerza a cuestionarnos, por qué o para qué, sin llegar a recibir mayor consuelo que el de un atronador silencio, tras un monólogo interno que retorna sin cesar al punto de partida.

He aquí la que quizás sea la historia más emblemática, hórrida y que reúne todos y cada uno de los componentes de este pensamiento: «La metamorfosis»4 de Franz Kafka.

Un día cualquiera el vendedor Gregor Samsa se despierta convertido en un monstruoso bicho sin razón aparente. Al principio los problemas confrontados por el protagonista giran en torno a acudir al trabajo, enfrentarse a su jefe y mantener a su caprichosa y desconsiderada familia. Por supuesto, no podía hacer esto: era un bicho. Además cuando sus familiares descubrieron que se las podían arreglar muy bien sin él, optaron por confinarlo en su habitación y, posteriormente se empeñaron en que el bicho no podía ser realmente Gregor. Desde ese momento la despersonalización y la reunificación alcanzaron un nivel de lo más desdeñable. Empezaron a tirarle basura y denominarle con el pronombre «eso» en lugar de «él». Finalmente, la familia decidió que tal insecto debía marcharse del hogar y, tras escuchar su veredicto, Samsa aceptó su destino y murió en silencio.

 En efecto, se trata de un relato donde la estabilidad mental del personaje principal va disminuyendo hasta quedar rebajado a unos niveles de dolencia, desprecio y humillación casi inimaginables. Este escritor consigue elaborar un macabro cóctel de todos los aspectos previamente mencionados. La arbitrariedad aterradora que se presenta sin dar explicaciones para expoliar cualquier atisbo de bienestar, la indefensión atravesada cada vez que el sujeto grita desesperadamente al vacío sin recibir contestación alguna.

 La ausencia de un sentido vital tanto íntimo como holístico, el amargo sabor de boca al cerciorarse de la irrelevancia de los actos desempeñados, la frialdad social que arrastra el individuo hacia la marginación propia de un bicho raro y, como joya de la corona, la fugacidad de una vida cuyo final es un fiel reflejo de las tragedias encarnadas.

 En definitiva cada vez que sentimos impotencia ante la autoridad, experimentamos la vacuidad existencial en su faceta más absurda. Percibimos que las acciones que llevamos a cabo, están completamente desligadas de nuestro porvenir. Advertimos que la sociedad se mofa vilmente tanto de nuestras aspiraciones como de nuestros temores y, por todo ello concluimos que sería mejor que nos aplastarán como un bicho molesto y repugnante que no hace más que merodear por el suelo sin «ton ni son». Cada vez que nos pasa eso estamos experimentando la ya explicada «ausencia de un sentido vital».

Pese a todo lo expuesto, he de aclarar que los comentarios que he realizado sobre este tema, parten de mi propia visión. Esto implica que hay muchísimas otras interpretaciones que van más allá del terreno filosófico para penetrar en el psicológico, literario y político. 

Me despido de ustedes con una cita del autor Franz Kafka a modo de síntesis:

«Las promesas de alguna especie de felicidad se parecen a las esperanzas de la vida eterna: parecen firmes vistas desde cierta distancia pero uno no se atreve a acercarse más».


Referencias

  1. Texto disponible en: https://ciudadseva.com/texto/un-artista-del-hambre ↩︎
  2. Texto disponible en: https://labibliotecadelnautilus.wordpress.com/2008/10/02/poseidon-franz-kafka/ ↩︎
  3. Mito recuperado por Albert Camus en su libro «El mito de Sísifo». Texto disponible en: https://drive.google.com/file/d/0B3gZopBqNmppYURaMDJlZC1SY0dpX0FoYXZFZlRKdw/view?resourcekey=0-TXvqUMz8F57UIrNBT6TnZA ↩︎
  4. Texto disponible en: https://www.biblioteca.org.ar/libros/1587.pdf ↩︎

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